viernes, 9 de mayo de 2014

LA GENEROSIDAD DEL SACRIFICIO

GASTROGURÚ 32

FERNANDO VILLAR.
JEFE DE SALA DE RESTAURANTE LA CURRA. 
CLUB DE REGATAS DE CARTAGENA

Fotografía Antonio Juan Gras Alarcón








El afilado dicho que pregona que “cuando se cierra una puerta, se abre una ventana”  le sirvió a éste mocetón zamorano para que un cambio de aires, causado por un mal de amores, le regalara una nueva geografía de la que sentirse parte y de la que no quiere separarse: La Manga del Mar menor.

Fernando Villar lleva en éste tema de atender a los comensales la friolera de 26 años. Autodidacta que ha ido haciendo su bitácora profesional a fuerza de ir  subiendo escalones con la constancia que  solo llegan a tener aquellos que aman profundamente la vida laboral a la que se entregan, y si hoy lo tenemos siendo un modélico jefe de sala tal vez se lo debamos al asma que le impidió llegar a ser policía nacional.

Para alcanzar el centro del conocimiento de su profesión ha debido de reflexionar mucho, como hace cada noche al salir del trabajo camino de su hogar, para darse cuenta de que sólo colocándose en la piel del cliente el camarero llegará a sentir lo que le solicita quien desea ser atendido, y de esa manera poder dar lo que quisiéramos que nos dieran, lo que agradeceríamos por ser tratados como esperamos.

Hay quien no entiende donde está la magia de un buen servicio y Fernando piensa, con claridad y autentica creencia, que hay que ayudar a los demás a disfrutar.

Éste leal espíritu castellano, que  asume que ésta parte de la hostelería donde se ha situado significa una vida de sacrificios,  desprende empatía como las primeras flores de primavera nos hablan de la vida que se continúa, y tiene entre sus premisas vitales el concepto de ayuda al prójimo. 

Podría encarnar la imagen que cientos de películas nos han dado de esos mayordomos ingleses eficaces y correctamente distantes, que tienen su culmen en Alfred Thaddeus Crane Pennyworth, el fiel guardador de los secretos de Bruce Wayne, también conocido como Batman. Porque hay algo clásico que solo puede dar dejar guardados en casa los problemas personales, y enfrentarse, como un actor, a su trabajo. Tiene mucho de teatral, que no de mentira, la vida de la sala. Y ese nivel solo es posible conseguirlo a fuerza de trabajo. Un brillo que ha visto reflejado en los ojos de algunos de los jóvenes a los que da clase, a los que inculca el rigor del esfuerzo y el deseo de que nunca se conviertan en trabajadores preocupados únicamente por el día de cobro, la propina y un horario con entrada y salida prefijada.
Cuando habla del resultado bien hecho se le ilumina la cara. Afirma que la sala es un trabajo precioso que se ha sentido golpeado por una crisis que deja en peor lugar a quien lo practica.

Se alegra de que haya algún anuncio reciente que muestre al camarero como oficiante de la felicidad ajena. Porque es necesaria una visibilidad, como la que está teniendo la cocina, para que adquiera la relevancia social que aún no ha conseguido.

Abomina de la separación que hace que cocina y sala mantengan disputas innecesarias. Rivalidades que acaba pagando quien merece todas las atenciones: el cliente.

Acérquese, amigo lector, hasta la sala donde ejecuta la generosidad de la atención éste maestro en agradar. Contemplara el mundo como nunca antes lo ha hecho.



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