viernes, 6 de diciembre de 2013

CUANDO LA FAMILIA ES EL TODO

GASTROGURÚ 11
JUAN MAZÓN. PROPIETARIO DE CONFITERIA MAZÓN.

Fotografía: Antonio Juan Gras Alarcón












Cuando leo el listado de las 83 enseñanzas que nos deja el sensato y multidisciplinar Alejandro Jodorowsky no dudo en atribuir su segundo mandamiento a éste hombre que se levanta puntualmente a las cinco y media de la madrugada. Que goza con escapadas, alguna vez al año, para visitar en Madrid exposiciones y museos acompañado de un amigo pintor. Y que ha conseguido, a los 55 años, tener una familia sobre la que basar el crecimiento de su empresa de confitería, donde cada parte del cuadrado que consolida su base sustenta una línea indisoluble de una estirpe dialogadora, compenetrada y que se hace más fuerte conforme los días del calendario se suceden.


Termina siempre lo que comenzaste” dice el sabio chileno. Y Juan, el pacífico, el que sonríe a los habitantes de su barrio, a los que se acercan hasta su lugar de trabajo o pasan por delante de la puerta, Juan, el  prudente, el que deja la cocina en manos de Mari, su mujer,  o en las de su hijo Alejandro las habilidades dulces del obrador, o que sea su primogénito David, ganador de concursos de barista, el que marque las líneas que se siguen en la parte de cafetería, Juan, el que dibuja peñas de Moratalla y usa manga corta hasta bien entrado el invierno, tiene la clara conciencia de que salir adelante es el empeño de los que empujan juntos.


A veces las victorias más descomunales son las de la subsistencia. Que se realicen los pagos en el momento preciso, que la clientela vaya aumentando conforme se suceden los años, que el crecimiento se compruebe en el desarrollo personal y la serenidad nos haga contemplar la vida desde una perspectiva de honestidad indiscutible.


Juan Mazón podría ser aquél hombre del que nos escribía el poeta Machado: “en el buen sentido de la palabra, bueno”. Porque siendo uno es muchos, pero todos compasivos. Y es el ejemplo de una generación que creció teniendo ideales, creencias, y para los que la palabra honradez tenía sentido. Y se ha hecho tan así mismo que al verlo día a día con la bandeja en la mano, limpiando una mesa, atendiendo un cliente, despachando una barra de pan, un cruasán o un panettone, preocupándose por tener la copa adecuada para poner un vino de la zona, viéndole con el entusiasmo que trabaja, comprenderemos lo feliz que llega a sentirse cuando rememora sus tres viajes a Venecia,  el placer que le produce admirar una imagen de Velázquez, o el instante en que se pone, en sus escasos momentos de ocio, a dibujar el mundo. Porque pertenece a esa clase de personas que cuando camina de la mano de su mujer no cree que pueda haber otra felicidad más gozosa.



Quien llega a reunir a más de treinta personas alrededor de su mesa de navidad es una de esas personas que hace parroquia. De sencillez universal. Como de distancia corta, que es cuando se aprende el valor intrínseco de las cosas. Y suspira plácido al imaginar un futuro con tiempo suficiente como para contemplar todos los cuadros que expresen belleza. Mientras se calienta ante la chimenea que posee en Moratalla. Deletreando todas esas horas que dedicó a hacer de un negocio un modelo de vida del que poder sentirse orgulloso. Porque Juan es un confitero que no empalaga.


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